“Erase una vez el espacio…” necesario para integrar dentro de ti lo que te gusta y lo que no.
Te invito a viajar por “la conciencia sin fronteras” en la 1ª parte y “la corriente del corazón” en la 2ª parte.
Erase una vez el espacio que necesita nuestro lado oscuro para ser integrado.
Lo que viene a continuación está extraído de “la conciencia sin fronteras”, de Ken Wilber, un referente en el estudio de la conciencia.
«Nuestra vida es un proceso de establecimiento de fronteras.
Podemos representar la forma más simple de demarcación como una circunferencia y ver que delimita y enfrenta un dentro y un fuera. Pero observamos que los opuestos, dentro y fuera, no existían por sí mismos antes de que dibujáramos el límite del círculo. Dicho de otra manera, lo que crea un par de opuestos es la demarcación como tal; en suma, trazar fronteras es fabricar opuestos.
La vida tal y como la conocemos es un proceso de establecer demarcaciones.
Vivimos en un mundo de conflicto y oposición porque es un mundo de demarcaciones y fronteras. Y puesto que cada línea fronteriza es también una línea de batalla, henos aquí con la difícil situación humana: cuanto más firme son nuestras fronteras, más encarnizadas son nuestras batallas.
- Cuanto más me aferro al placer, más temo, necesariamente, al dolor.
- Cuanto más voy en pos del bien, tanto más me obsesiona el mal.
- Cuanto más éxito busco, mayor será mi terror al fracaso.
- Cuanto mayor sea el afán con que me aferro a la vida, más aterradora me parecerá la muerte.
En otras palabras, la mayoría de nuestros problemas, lo son de demarcaciones y de los opuestos que estás crean.
Ahora bien, la forma en la que intentamos resolver estos problemas es tratar de extirpar uno de los opuestos. Encaramos el problema del bien y del mal procurando exterminar el mal: enfrentamos el problema de la vida y la muerte intentando ocultar la muerte.
Esta meta de separar los opuestos y después aferrarse a las mitades positivas o correr en pos de ellas, parece ser una característica distintiva de la civilización occidental progresista.
Porque en nuestro intento de acentuar lo positivo y eliminar lo negativo, hemos olvidado por completo que lo positivo sólo se define en función de lo negativo. Es posible que los opuestos sean tan diferentes como el día y la noche, pero lo esencial es que sin la noche, ni siquiera seríamos capaces de reconocer algo que pudiéramos llamar día. Destruir lo negativo es al mismo tiempo, destruir toda posibilidad de disfrutar de lo positivo.
Igualmente, jamás se da una sensación de placer que no esté en relación con el dolor. El placer y el dolor no son más que la cresta y el seno, inseparables, de una ola perceptual, e intentar acentuar lo positivo (la cresta) y eliminar lo negativo (el seno) es un intento de eliminar en su totalidad la propia ola perceptual.
Quizás ahora podamos entender por qué la vida, cuando se la considera como un mundo de opuestos separados, es hasta tal punto frustrante.
Nuestras líneas corren peligro de convertirse en demarcaciones, porque estamos reconociendo diferencias explícitas y olvidando la unidad implícita. Llegados a este punto, la línea entre placer y dolor se convierte en demarcación y la ilusión de que ambos están separados parece convincente. Al no ver que los opuestos no son más que dos nombres diferentes para un único proceso, me imagino que hay dos procesos diferentes que se oponen. Así, la mente inmadura, incapaz de escapar de sus propios prejuicios está condenada a debatirse entre fuerzas dualistas: tiempo/espacio, libertad/necesidad, de placer/dolor…
Cuando se comprende que los opuestos son uno, la discordia se disuelve en concordia, las batallas se convierten en danzas y los antiguos enemigos se rebelan amantes. Estamos entonces en condiciones de entablar amistad con la totalidad de nuestro universo, en vez de seguir manteniéndolo dividido por la mitad.»