Todos los miedos asustan. Pero hay un miedo especialmente sutil, taimado, escondido y oscuro. Me refiero al miedo a saber.
En realidad, puede que sea este el miedo en sí, el único miedo que existe disfrazado de otros miedos.
El miedo a saber lo que ya sé.
Porque en el fondo lo que temo ya lo sé a ciencia cierta. Lo sé desde siempre, siempre tuve delante la verdad, siempre conté con que era así, pero nunca quise partir de ahí.
Este miedo nos puede acompañar toda la vida, de echo hacemos todo lo posible para no verlo, y nos empeñamos tanto, que lo conseguimos.
- Es el miedo de un hijo a saber que su padre prefiere a su hermano, y que siempre fue así.
- Es el miedo a descubrir que tu pareja te dejó de querer hace mucho tiempo.
- El miedo a saber que lo que haces todos los días para ganarte la vida no lo soportas.
- El miedo a saber que, aunque encuentres pareja, siempre te puedes sentir solo.
Te obligas tanto, peleas tanto por convencerte de que las cosas no son como tú sospechas, que algunas veces terminas creyéndote tu mentira.
¿Pero a qué precio y por cuánto tiempo te vale tu autoengaño?
Es el miedo a llegar a una edad en la que nada se sostiene en tu vida y que todo es una gran mentira que construiste hace mucho tiempo.
¿Tenías tus motivos para engañarte?
Seguramente sí, claro que sí.
¿Qué hubiera pasado si hubieras sabido?
Si hubieras reconocido de pequeño que tu padre sentía debilidad por tu hermano, no te hubieras pasado la vida mendigando una ecuanimidad que nunca estuvo dispuesto ni capacitado para darte. Hubieras reconocido con 6, 10, 15 o 20 años una verdad universal, que los padres no quieren a sus hijos por igual. Y visto esto, lo siguiente hubiera sido que te dejara de importar.
Reconocerlo, y dejar de pelear con esta evidencia era la única oportunidad que tuviste para llegar a otra verdad todavía más contundente. Que tu felicidad no podía sujetarse en el cariño que tu padre “debería“ haberte dado.
Y a partir de aquí tu vida hubiera cambiado. Podrías haberte ido a mendigar a otro lado, pero también podrías haberte abastecido tú y convertirte en una persona autónoma que no necesita el afecto ajeno para sobrevivir, porque vive alimentado del propio amor que tiene hacia sí mismo.
Pero tu miedo a no ver lo de tu padre, te ha podido incapacitar de por vida. Y la responsabilidad de eso no era de tu padre, que ciego a su propio amor, necesitó como un vampiro alimentarse de las demostraciones afectivas de sus hijos, haciendo que pelearan por su cariño como si eso fuera lo que le diera la vida.
Es responsabilidad tuya el mantenerte ciego y alimentar tu miedo a saber la verdad.
Con ella no digo que las cosas hubieran sido fáciles, pero sí hubieran sido mucho más sanas.
Como ves, detrás de lo que tu temes tanto ver, suele esconderse una gran verdad. Una verdad muy dolorosa para ti, pero una verdad gigante, innegable, invariable, sólida y robusta, que si te hubieras amigado con ella, no hubieras vivido encogido.
En términos energéticos, estos miedos a no querer reconocer lo evidente, nos mantienen encogidos literalmente, sin alegría ninguna y sin determinación.
Hacen que echemos todas nuestras fuerzas en ocultarlos, en disimular, en inventarnos escenarios que no son reales, en contarnos películas, y esto de estar todo el tiempo reinterpretando la realidad es agotador.
Nos volvemos expertos en tapar lo que sabemos, pero antes o después la realidad se impone, porque es imposible atar por siempre todos los cabos, y controlarlo todo.
Vivimos como el atracador de bancos que escapó después de un gran golpe, y ahora se pasa la vida ocultándose temiendo ser descubierto en cualquier momento. Siempre alerta, nunca puede bajar la guardia y permitirse vivir confiado y relajado.
Pues igual estarás tú si tienes dentro una verdad que no quieres ver.
Vivir encogido por el miedo a saber lo que sabes, no merece la pena.
Es pagar una condena autoimpuesta antes de haber hecho nada.
No te llames cobarde, llámate inconsciente. Y decide dejar de serlo. De hecho, nunca lo fuiste del todo, así que cuéntate la verdad, y perdónate por haberte engañado.
Eres tan humano como ese padre que no sabe querer a sus hijos, esa pareja que disimula que aún te quiere, o esa persona que como tú, por estar ahí donde está, también vive encogido con su miedo a saber, creyendo que así sufrirá menos.
-
¿Cómo es?,
-
¿Qué verdad sabes y no quieres ver?
-
¿Qué pasaría si reconocieras eso que sabes?
Ya sabes lo que es vivir encogido,