Yo no le culpo.
El que esté libre de este pecado, que tire la primera piedra.
Una vez me encontré con un hombre que subía montañas, hacía deporte, tenía mucho éxito en sus negocios, era atractivo. Se sentía poderoso, y los demás también pensaban que lo era.
Su presencia imponía, y sabía explotar todas sus virtudes como nadie.
Recuerdo que su voz era envolvente, y su discurso perfectamente medido para resultar seductor. Casi adictivo, diría yo.
Quién lo podía negar. Este hombre resultaba entre unas cosas y otras, irresistible.
Parecía imposible no encontrar algo en él que no te enganchara hasta la médula.
Pero…
Un día, hablando con él, de repente esa imagen de seguridad, valentía y vehemencia, se vino abajo.
Mientras le escuchaba, fui observando cómo su cara cambiaba en segundos. Pasó de reflejar toda su arrogancia, a convertirse en algo muy diferente.
Y es que este hombre, al hilo de nuestra conversación, poco a poco, y más conscientemente de lo que en principio me pareció, fue abriendo su corazón.
Y hubo un momento, un instante que me pareció eterno, en el que se hizo el silencio. Bajó la mirada, y sin perder lo profundo de su voz, habló sin adornos, ni matices, ni modulando el tono de sus palabras.
Entonces es cuando este hombre, manteniendo sus hombros erguidos, pero inclinando levemente su cabeza, inició una frase, que entendí que era una verdad que llevaba largo tiempo guardando para sí mismo.
Lo supe por su rotundidad, ahora mucho más terrenal y menos forzada, y porque al alzar la mirada para terminar sus palabras, me miró por primera vez a los ojos sin intentar convencerme de nada. Esta vez no le hacía falta.
Él sabía y yo sabía que lo que acababa de salir de su boca, era lo que su corazón siempre supo.
Entonces sentí que este hombre, que subía montañas, acaba de aprender lo que era descender hasta su corazón.
Nos felicitamos por ello, porque supimos que ya nunca más podría ocultar lo que había descubierto.
En realidad, es algo que te cuenta todos los días. Tu corazón lanza bengalas de auxilio cada poco tiempo como si estuvieras perdido en medio del océano, lo que sucede es que tú, poderoso y casi omnipotente, miras para otro lado.
Pero un día, para tu suerte, quizás esas señales comiencen a molestarte, y tu vida ya no te resulte tan cómoda. Entonces es cuando ese corazón, tanto tiempo amarrado, se da cuenta que ha llegado su momento.
Sí, tu puñetera verdad, la que te resultaba tan inoportuna, la que nunca quisiste ver.
Algunas verdades difíciles de reconocer suelen ser así:
- «Estoy aburrido de mi propia vida«.
- «No tengo valor para separarme de mi pareja«.
- «Aunque ya no le quiera no soportaría quedarme sol@«.
- «Yo lo que quiero es que me mantengan«.
- …
Tranquilo, tu verdad es tuya, y sólo tuya. Tómate tu tiempo y decide si estás preparado para hacerle caso.
Ella es la única que puede acercarte a la tranquilidad de no seguir buscando, porque ya lo tienes todo.
Te tienes al completo, incluida esta verdad tanto tiempo escondida en lo más profundo de tu corazón.
Este hombre, aquella tarde por fin descendió hasta su corazón, y ahora seguirá subiendo montañas y escalando prestigio, pero lo hará sin perseguir nada.