A los que tenemos imaginación nos suele suceder.
Me refiero a la facilidad que tenemos para inventarnos lo que los demás han pensado.
- ¿No lo has hecho nunca?
- ¿Jamás has adivinado lo que pensó fulanito, y además estás convencido que ha hecho o dicho tal cosa por el motivo que tú crees?
Te pongo un ejemplo…
El otro día comí con una amiga que me debía la comida de la última vez que quedamos.
Yo esperaba que se acordarse, y que al ir a pagar me devolviera lo que me debía.
Estaba pendiente, incluso comenté con toda la intención, que esta vez la comida nos había salido un poco más cara que la anterior.
Pero, aun así, mi amiga pagó su comida sin hacer ningún intento de devolverme nada.
Total, que me fui a casa convencida de que mi amiga se había hecho la loca.
“Ha pensado que ya no me acordaría”. “Seguro que se ha dado cuenta, pero ha esperado a ver si yo decía algo”. ¡Qué cara tiene!
- ¿Estás totalmente convencido de que tienes razón?
- ¿Puedes afirmar que es cierto al 100% lo que has pensado del otro en relación contigo?
- ¿Con qué datos cuentas que lo demuestren?
Yo no me atreví a recordarle a mi amiga que me debía dinero. Me dio corte hacerlo. No me sentí cómoda diciéndoselo, así que preferí callarme y esperar a ver qué hacía ella.
El problema es que me sentó fatal ver que no dijo nada, y entonces, en vez de creer que se había olvidado, me dejé llevar por mi frustración y pensé en lo peor: que mi amiga se había escaqueado de pagarme lo que me debía.
¿Qué hubiera sido más saludable hacer por mi parte?
Preguntarle si se había olvidado que me debía una comida, o directamente recordárselo yo.
¿Y por qué no lo hice así?
Por mi incapacidad de comunicarle abiertamente mi deseo de que me pagara lo que me debía.
Date cuenta hasta qué punto decides imaginarte lo que el otro piensa con tal de evitar preguntarle y no afrontar tu miedo.
Si tienes dudas, ¿por qué no preguntas?, ¿qué tratas de esconder?
- No queremos que el otro vea nuestros miedos. Por eso, con tal de no exponernos, lo que hacemos es cargar al otro con nuestra incapacidad, atribuyéndole maneras de pensar y motivos que en realidad desconocemos.
- También solemos decirnos “no me importa”, pero no suele ser cierto, porque el resentimiento que nos queda, no viene precisamente de la indiferencia, sino de la rabia que hemos sentido.
Si “no te atreves” a verificar tu idea, no proyectes en el otro tus inseguridades.
Pensar mal del otro te delata. ¿Qué tienes en su contra?.
- Si tu excusa es que otra vez “ya te hizo lo mismo”, aun así, debes comprobarlo y no inventarte lo que piensa.
- Enfréntate a tu inseguridad: acéptala como algo que sencillamente te sucede y,resuelve tu incapacidad para dar salida a tu frustración de “no saber” los motivos del otro antes de inventártelos y alimentar tu rabia.
Esto te dará coherencia interior y la satisfacción de estar cuidando vuestra relación.
Las cosas son más sencillas. Nadie se ha muerto por preguntar y verificar. Sólo puede morir un poquito de tu ego.