A todos nos ha pasado. Seguro que en más de una ocasión has intentado explicar a alguien lo que sería mejor para él, y luego has visto impotente, cómo no te hacía ni caso.
- Nos pasa a las madres con los hijos, y a los docentes con sus alumnos.
- Entre amigos,
- Con ese compañero de trabajo que cada mañana nos cuenta la misma historia.
- Seguro que te sucede con tu hermano, tu cuñada, o tu primo…
- Y si te descuidas, hasta con el perro.
Aconsejamos con nuestra mejor intención, y el otro nunca termina de hacernos caso.
Día tras día escuchando las mismas quejas, y tú gastando saliva para nada.
Hasta que tú también empiezas a quejarte,
¡Es que no sé cómo no lo comprende!, mira que es cabezota, pues allá él.
¡Es tan frustrante!
Veamos qué podemos hacer con este panorama.
¿Qué le sucede al otro?
- Pues, aunque no lo creas, el otro no está sordo.
- Oír oye, pero escuchar sólo escucha lo que le interesa. Dicho de otro modo, sólo se queda con lo que ahora mismo sí tiene que ver con él.
- El otro está donde está, ni más delante ni más detrás. Y eso es lo primero que debes averiguar para no terminar tan sordo como él.
- De acuerdo que puede necesitar desahogarse y llorar a alguien, pero pasado un tiempo, si su proceso no evoluciona, es muy probable que haya entrado en victimismo, y seguramente necesite ayuda profesional.
Sólo vemos lo que somos capaces de ver
y no más allá
¿Qué puedes hacer?
- Acércate a lo que sí puede admitir en ese momento.
- Date cuenta que sólo se quedará con lo que ahora mismo pueda aceptar, y todo lo demás por tu parte, son intentos inútiles.
- Lo que le llega es lo que se siente capaz de cambiar.
- Y también, mira más allá de lo que dice, no vaya a ser que lo que cuenta, en realidad no es lo que le sucede.
- Te toca aceptar que necesita su tiempo para que su corazoncito asimile lo que ya le está contando su cabeza.
¿Qué se mueve en ti?
Entiendo tus buenas intenciones y tus deseos de ayudar a los demás. Dicen mucho de ti, pero…
Todo tiene un límite, y si ves que tus consejos no le sirven, ¿qué haces tú ahí insistiendo?
Cuando tus buenos deseos, se transforman en ganas de abrirle la cabeza para que entienda lo que le cuentas, significa que ya eres presa de la frustración.
Y este lugar, el de la decepción, la rabia y la impotencia,
ya es cosa tuya, y no del otro.
- ¿Qué no soportas de lo que el otro hace como para seguir contándole lo mismo?
- ¿Qué repites que tú sí harías?
- ¿Cuánta es tu necesidad, y cuánta la suya?
- La frustración, en el fondo te viene, no porque el otro no se deje ayudar, sino por no salirte con la tuya.
- Lo que no soportas es tener que renunciar a la satisfacción de ver que tus palabras tienen el resultado deseado.
- Y seguramente tampoco te agrade nada no recibir su agradecimiento.
Confío en tu generosidad, y en que tu ayuda es desinteresada, pero entonces dime…
¿Por qué llegado un punto, si ves que el otro sigue igual, no te retiras?
- No hay nada más complicado que ayudar y saber cuándo toca dejar de hacerlo.
- Comprendo tus dudas y tu sentimiento de culpa, pero observa hasta dónde ha llegado tu impotencia, y entonces decide.
Cuando ayudar al otro empieza a pasarme factura, es que me niego a ver que mi ayuda no sirve.
La verdadera ayuda consiste en dar y dejar hacer, permitiendo que el otro siga su proceso, por mucha rabia que nos dé sentir que no somos útiles.