Vivir no cuesta ningún esfuerzo cuando acepto la vida que tengo tal cual es.
Vivir te sale solo.
Si lo que tienes no es lo que querías, esto no duele y no entristece hasta que no te cuentas que así no te vale.
Este es el secreto de la verdadera felicidad
El juicio lo metes tú, y cuando lo haces, se acabó la tranquilidad.
Desde ese mismo instante ya no te vale con las cosas como son, ya empiezas a luchar porque sean de otro modo, y lo que es más importante, ya empiezas a sentirte mal.
La vida no se persigue, porque aunque no te enteres, resulta que ya estás vivo.
Ya tienes toda la alegría que necesitas para sentirte bien.
La felicidad no está donde tú te crees.
Allá, más lejos del presente, está aquí mismo y ahora mismo.
Si alguna vez has tenido cerca a alguna persona que se le estaba escapando la vida, seguro que durante unos segundos te ha dado que pensar.
Después de la pena, y la sensación de carrera contra el tiempo y la enfermedad, ¿qué has sentido?
Se siente que el tiempo se detiene, y ya nada importa más que la propia sensación de estar vivo.
En esos instantes te vale con estar vivo, y dejas de buscar.
Esta es la clave: ¡dejar de buscar!
A esa persona se le acaba el tiempo, y si tú, por empatía conectas con ella, después del miedo y la tristeza, también tú dejas de buscar.
En ese momento te trasladas a un lugar mágico. Un lugar donde las cosas cambian de valor, tus prioridades cambian, y ya no necesitas nada para sentirte vivo. Esta es la felicidad. Esta sensación de que te vale con lo que hay, sin más.
Ojalá pudiéramos atrapar estos instantes de sabiduría para no volver a olvidar qué es esto de ser feliz.
Pero suele suceder que pronto abandonamos este lugar en busca de conseguir de nuevo lo que creemos que nos falta para ser felices.
Aun así, algo queda. Poquito a poco se va grabando en nosotros una sensación muy sutil.
La negamos mil veces, pero ella persiste.
Yo la llamo «Conciencia de lo que realmente es».
Regreso a ella siempre que puedo, igual que Peter Pan al «país de Nunca Jamás», y sólo espero que al contrario que él, lo que me suceda es que cada vez pase más tiempo allí, hasta no necesitar viajar a ninguna parte para sentirme totalmente satisfecha con lo que tengo.
Haz la prueba, y pregúntate:
- ¿Qué pasa si no pienso más en lo que pienso siempre?
- ¿Qué pasa si dejo de angustiarme porque no tengo pareja y de contarme que debería tenerla?
- ¿Qué pasa si miro de frente al miedo que me da no haber conseguido lo que quiero en mi profesión, y sólo le digo hola?
- ¿Qué pasa si dejo de preguntarme por un instante qué quiero hacer con mi vida, y rebusco en lo que tengo para mirarlo con los ojos del que ya no tiene nada que perder?
¿Qué pasa?
Enhorabuena por la humildad que se necesita para hacerse estas preguntas.
¡Cuánta arrogancia hay en nosotros muchas veces y cuánta importancia nos damos!
Pero no te castigues, ES EL MIEDO.
Miedo a que si dejamos de aspirar a ser mejores: más de esto y de lo otro, y dejamos de pelear por lo que “deberíamos” tener, entonces lo que queda, quizás sea tan poquita cosa, que nos daría vergüenza.
Sí, nos avergonzamos de lo que somos ahora, no valoramos lo que somos y tenemos, y para soportarlo, nos contamos que si nos motivamos, pronto conseguiremos una versión de nosotros mucho más presentable, más bonita, más que podremos enseñar al mundo y sentirnos orgullosos de ella, de nosotros.
¡Cuánta arrogancia y cuánta ignorancia!, ¿no crees?
Yo a mi miedo, le llamo miedo al futuro.
Miedo a no alcanzar lo que quiero, porque dentro de mí, sé que si sucede así, me sentiré tan poquita cosa que seré muy infeliz.
¿Cómo se llama tú miedo?
Soy muy afortunada porque últimamente estoy aprendiendo de muchas personas, y este miedo ha cambiado de color. Lo he notado en que me ha dado la risa al verme con tantas prisas por conseguir lo que quiero. En ello estoy. A ratos río y a ratos me lo creo como antes.
Pero ya no es igual, ya no me lo creo tanto. Ahora sigo queriendo conseguir lo que quiero, pero algo ha cambiado.
Ya no me creo que si no lo consigo no me sentiré feliz. Porque, ¿sabes qué?
Esta felicidad de ahora, mientras lucho por conseguir cosas, me he dado cuenta que no me la puede quitar nadie.
Nadie más que yo puede hacerla desaparecer, si de nuevo me creo mi miedo.
Y sinceramente, ya no estoy por la labor de creérmelo.
Y tú, ¿dónde estás?
Desde aquí, gracias a los que se están yendo, por enseñarme tanto, y a todos los que os habéis atrevido a haceros preguntas.
Bendito secreto,lo hemos oído cientos de veces, pero esta me ha llegado al alma,me ha cambiado mi visión de la vida,así que gracias Mercedes es un regalo. Aprender a valorar lo que realmente importa, sin vendas en los ojos de creencias que hemos ido aprendiendo con los años.
Felicidad con gratitud
Gracias a ti Esther por leer con tanto mimo y cuidado. Saber que estás al otro lado es el mejor regalo para mí.
Un abrazo!