Un día conocí en terapia a una ranita lista que buscaba un cambio de vida.
Ella misma me contó un cuento para explicarme su vida.
La fábula que me relató se ajustaba como un guante a la situación que vivía y explicaba a la perfección el motivo de acudir a mí.
Su relato me fascinó tanto, que desde entonces se lo cuento a todo el mundo.
La historia dice así:
“Si ponemos en una olla agua a temperatura ambiente y echamos una rana dentro, ésta se queda tranquilamente nadando. Si a continuación, comenzamos a calentar el agua poco a poco, la rana no reacciona, sino que se va habituando a la nueva temperatura del agua hasta pierde el sentido y, finalmente, muere literalmente hervida”.
¡Como la vida misma!, pensé al escucharla.
Sin embargo, la ranita que yo tenía delante, lo que quería contarme es que estaba decidida a saltar de la olla.
¡Estupendo!, pensé.
La ranita me enterneció y comprendí enseguida la tarea tan complicada que tenía por delante, así que nos pusimos manos a la obra.
Lo sabemos pero no queremos verlo.
Me refiero a lo que dejamos pasar en el día a día para no complicarnos la vida. Cuando esas pequeñas cosas que no nos agradan, son nuestra realidad, y nuestra vida. Son absolutamente todo lo que tenemos, todo lo que nos sucede y lo que nos construye.
Lo que nos destruye y nos condiciona, lo que va sumando aunque no queramos verlo.
Lo son todo, y lo son tan tozudamente que no podemos escapar a ellas, a que sucedan y a cómo nos hacen sentir.
Por mucho que emprendamos la huída y nos hagamos expertos en salir corriendo sin hacer ruido, resulta que ya nos han tocado, nos han picado como el mosquito antes de notar el escozor. Han sucedido y ya sufrimos las consecuencias.
Nos pasa con nuestra pareja, con nuestros hijos, y nuestros padres.
Nos sucede en el trabajo y en casa, y muy probablemente, cuanto más tiempo hace que nos pasa, más nos acostumbramos a esta insatisfacción.
Puede que termine sucediéndonos en todas las relaciones y en todos los ámbitos de nuestra vida.
Sí, este quizás es el punto sin retorno, cuando ya no somos capaces ni siquiera de darnos cuenta de que nos sucede.
Estamos tan habituados, que no detectamos que la temperatura del agua ya es insoportable y no sentimos nada. Entonces es cuando nos cocemos.
Pero la ranita que yo tenía delante no estaba dispuesta a terminar hervida.
Llevaba tiempo planeando cómo escapar de la olla, de su propia vida llena de lianas que se entrelazaban tan calladamente y a la vez con tanta lógica y tanta comodidad, que visto desde fuera, daban ganas de aconsejarla que siguiera en su mundo maravilloso.
Perfecto, si no fuera porque se sentía infeliz.
Muy infeliz y con un deseo enorme de recuperar su vida.
No es que a mi ranita le resultara imposible continuar así, total ya era una gran experta en soportar su existencia.
La cuestión era que no quería continuar viviendo consciente de su propia infelicidad. Conocedora de ella y resignada. Sumisa a su destino por muy maravilloso que este resultara antes los ojos ajenos. Dinero, status, familia, la ranita lo tenía todo.
Pero ella era muy sabia. Tan sabia y atrevida como para iniciar un complicado proceso de cambio en el que muchas personas se iban a ver involucradas: su mujer, sus hijos, sus familiares, sus amigos…
¡Pero aún así la ranita estaba decidida a cambiar su destino!
Nos fuimos conociendo y caminamos de la mano hasta que la ranita se sintió segura de no volver a la olla.
Y poco a poco sucedieron cosas en su vida, algunas de ellas previsibles y otras no tanto. Con el tiempo su pequeño ecosistema se fue adaptando a los cambios y la ranita se fue descubriendo.
Indagó, dudó, buscó y terminó entendiendo que a partir de ahora nada estaba escrito sobre su vida, y que el camino que había emprendido no era recto.
No se trataba de llegar a ningún lugar, ni de alcanzar ningún estado especial de paz o de felicidad.
Creo que la ranita aprendió a vivir la vida tal cual le sucedía día a día, siendo mucho más realista y más consciente de lo que sentía y deseaba.
Con ilusiones y sin ellas, aprendió que no hay aciertos ni fracasos, sino experiencias estupendas que nunca sabes dónde pueden llevarte.
Se puede decir que la ranita se volvió mucho más exploradora y se liberó de una muerte en vida segura.
Yo por mi parte le deseo a la ranita que nunca baje la guardia y esté siempre muy atenta para no caer de nuevo en ninguna otra olla por muy tentadora que sea.
Te deseo todo lo mejor, ranita sabia.
Te deseo lo que tú desees.
Pero sobre todo te deseo que nunca dejes de desear.
¿Tú ya eres una ranita sabia o estás pensando aún en saltar?
Hola Mercedes:
Linda la historia de la ranita. Resume de forma profunda vivir con coherencia, desde el corazón y en el presente.
Me gusta esta frase :
«Creo que la ranita aprendió a vivir la vida tal cual le sucedía día a día, siendo mucho más realista y más consciente de lo que sentía y deseaba».
Seguimos en contacto, :o)
Un abrazo