Quiero a alguien, pero a la vez lo odio, siento siempre rabia y no sé por qué, ni cómo quitármela…
A veces la respuesta está en el resentimiento que llevo dentro.
UN CASO: Érase una vez una familia muy normal, donde a menudo se repite esta historia. Os presento a María, a Juan, y al hijo de ambos.
- María defiende a su hijo ante Juan, su padre, cuando éste le regaña por no darle un beso cuando llega a casa.
- A la hora María y Juan discuten porque ella ha olvidado bajar al perro, y hoy le tocaba (a ella).
- Entonces María, buscando el apoyo de su hijo, le pregunta: ¿verdad que tengo yo razón, y hoy le tocaba a papá bajar al perro?
- El hijo, sin tomar partido por ninguno, responde a su madre que él no sabe a quién le tocaba.
- Entonces María se enfada con su hijo, y le echa en cara que no la ha apoyado.
¿Qué ha sucedido en esta situación tan tonta y tan cotidiana?
María esperaba ser correspondida por su hijo, puesto que ella le apoyó cuando su padre le regañó. Confiaba y esperaba la complicidad de su hijo a cambio de lo que ella había hecho por él: defenderle ante su padre.
El sentimiento que le queda a María cuando ve que su hijo no reacciona como ella desea, se llama RABIA, y si esta situación se repite a menudo, María terminará sintiendo algo difícil de reconocer, que sin embargo causará en ella muchas reacciones sin explicación. Me refiero al RESENTIMIENTO.
Para mí el resentimiento es ese vasito que poco a poco se va llenando en las relaciones con los demás cuando espero algo, y según pasa el tiempo veo que no lo recibo.
-
¿Qué esperabas recibir que alguien no te dio?
-
¿Qué ofreces a los demás que no te agradecen?
-
¿Cuántas personas hay en tu vida que no te corresponden?
Precisamente en este ESPERAR comienza todo. Deseas que el otro te quiera, te reconozca, te agradezca, te ayude, te haga caso, etc.
Crees que las personas importantes para ti te tienen que satisfacer y completar, y sólo así serás feliz. Y cuando ves que los demás no te corresponden, no dejan que les cuides o no te lo agradecen, empiezas a decepcionarte y contarte que tú no te mereces eso.
Si no consigues que el otro te de lo que necesitas, esta insatisfacción antes o después dará paso al resentimiento, como le sucede a María.
-
¿Qué puedes hacer?
Atento a lo que se desencadena dentro de ti…
1. Espero recibir algo
Pero puede que eso que esperas recibir, nadie te lo prometiera. Tú creíste que tenías derecho a ello. Piensas que te lo deben o que te lo mereces. Seguramente no lo has pedido ni lo has reclamado, simplemente has creído que ibas a conseguirlo.
-
¿Qué solemos esperar?
Amor de nuestra pareja, cariño de nuestra familia, compresión de nuestros padres, reconocimiento de nuestros compañeros y nuestros jefes, agradecimiento de nuestros hijos, apoyo de nuestros amigos y cosas parecidas.
2. Comienzo a dar al otro lo que yo espero recibir
Sin pensarlo, lo que hago es que empiezo a dar a los demás eso que yo espero recibir. Es un acto reflejo, pero que inconscientemente tiene un objetivo: crear al otro la obligación de corresponderme.
Busco a alguien que necesite recibir eso que yo también deseo para mí, y así me aseguro que no va a rechazar lo que le ofrezco. Por eso:
Apoyo al otro, esperando que me devuelva el apoyo, le comprendo esperando que me comprenda, le cuido, le escucho, le mimo, le ayudo… Todo con la misma intención oculta de ser correspondido del mismo modo.
Incluso le quiero cambiar, espero cambiarle para que se ajuste a lo que yo necesito: que sea más sensible, más cariñoso, más amable, más atento, más eficaz, etc.
3. Y vienen las sorpresas
Es fácil que el otro se sienta muy alagado con lo que le doy, pero esto no significa que me corresponda. Y aquí empiezan las sorpresas.
Y si me dijo que me iba a dar amor eterno y resulta que no me lo da, o me dijo que iba a ayudarme y no lo ha cumplido, aun así mi expectativa es cosa mía.
Sé que puede suceder que el otro no cumpla lo que prometió, y será una faena para mí, pero contar con ello forma parte de una manera realista y flexible de entender lo que son las relaciones humanas. Lo contrario es no tener asumido que las personas cambiamos de opinión, actuamos desde nuestro interés o nuestro miedo, y tenemos en cuenta al otro menos de lo que decimos.
Esto duele, sobre todo cuando te toca ser el otro, el que se creyó lo que le prometieron. Pero las cosas son como son.
-
¿Acaso tú nunca le has fallado a nadie?
4. Empieza mi resentimiento
Cuando veo que el otro no me corresponde, algo suce dentro de mí. Yo esperaba ser correspondido, aunque no lo reconozca.
La mente razona, pero el corazón está herido porque en el fondo mi entrega no era incondicional. Y esto que siento entre amargura y rabia, se llama resentimiento.
Como no me gusta mucho, suele pasar que me lo callo, y cuanto más tiempo pase sin darle salida a mi frustración, más se va a llenar ese vasito del resentimiento.
5. Así surge la venganza
A base de callarme y de ignorar mi decepción, antes o después me vendrán unas ganas imposibles de vengarme.
Si le quise me separo aunque no quiera. Si le ayudé, ahora le dejo plantado. Y también puedo vengarme en mí, me deprimo, dejo de comer…
La venganza, aunque sea inconsciente, resulta muy destructiva y nunca es suficiente. Por eso después de vengarme continúo esperando recibir eso que el otro no me da.
Estoy en una rueda de la que solo podré salir resolviendo ese resentimiento que llevo dentro.
¿Cómo se resuelve el resentimiento?
- Date cuenta de que estás en un círculo vicioso, y admite que has dado esperando recibir, y no incondicionalmente como creías.
- Haz lo que tengas que hacer hasta que el resentimiento desaparezca. A veces conviene poner distancia para: ganar objetividad, asumir tu responsabilidad en la situación y dejar de culpar al otro, reconociendo que es cosa de ambos.
- Busca una alternativa a la venganza. Un buen principio es reconocer que tus expectativas eran demasiado altas, y hablarlo con el otro de corazón a corazón, hace que el resentimiento comience a diluirse. Lo notarás cuando sientas que ya no necesitas tanto vengarte.
- Sé más realista a partir de ahora. Reconoce lo que esperas recibir, y háblalo abiertamente, demándalo para tener claro lo que puedes esperar.