Para cada uno de nosotros el queso representa una cosa diferente y para todos es eso que creemos que cuando lo tengamos seremos felices y mientras tanto no lo seremos.
El laberinto representa el lugar donde pasas el tiempo en busca de lo que deseas. Puede ser la organización en la que trabajas, la comunidad en la que vives o las relaciones que mantienes en tu vida.
Vivimos la era del cambio, queramos o no.
¿Has notado que cuando las cosas cambian nosotros no queremos cambiar?.
Construimos nuestra felicidad en torno a nuestro queso. En torno a lo que hemos conseguido: un bienestar económico, una familia… Y cuando lo tenemos nos acomodamos contándonos que ya podemos ser felices y que ahora sólo nos queda esperar que NADA CAMBIE.
Pensamos que tenemos derecho a nuestro queso: nuestro trabajo, nuestra pareja, nuestra vida y que nadie puede arrebatárnoslo. Nos volvemos exigentes y a la vez ciegos porque en nuestra arrogancia dejamos de ver lo que sucede a nuestro alrededor y no observamos cómo poco a poco las cosas van cambiando.
Ten en cuenta que ningún cambio sucede de la noche a la mañana, pero sí suceden pequeñas cosas que nos avisan de que se avecina un cambio. Son señales que deberíamos escuchar para prepararnos y anticiparnos a los acontecimientos.
Pero cuando aún no hemos conseguido nuestro queso, entonces estamos mal. Nos sentimos incompletos y vivimos insatisfechos, fijándonos en quienes sí han conseguido lo que nosotros queremos. Sin embargo, la mayoría de las veces estos sentimientos no nos hacen reflexionar ni ponernos en marcha para buscar lo que queremos.
Esto es lo que les sucede a los 4 personajes del cuento ¿Quién se ha llevado mi queso?. Se trata de dos personitas y dos ratones que viven en un laberinto y que todos los días corren por él para ir a por su queso. Todo les va muy bien, hasta que un día el queso de siempre desaparece y cada uno comienza a hacer lo que puede. Se quejan, se resisten al cambio, se quedan paralizados, buscan nuevo queso…
Como habían notado que las reservas de queso habían ido disminuyendo poco a poco, Oli y Corri, los ratones, estaban preparados para lo inevitable e, instintivamente, enseguida supieron lo que tenían que hacer.
Ellos no se perdían en análisis profundos de las cosas. Y tampoco tenían que cargar con complicados sistemas de creencias.
Sin embargo, Kif y Kof, las personitas, no habían prestado atención a los pequeños cambios que habían ido produciéndose y, por lo tanto, daban por sentado que su queso seguiría allí. Por eso, la nueva situación los pilló totalmente desprevenidos.
Como el queso era muy importante para ellos, las dos personitas pasaron mucho tiempo decidiendo qué hacer y comprobando si realmente el queso había desaparecido.
Mientras que Oli y Corri ya se habían puesto en marcha, Kif y Kof continuaban vacilando y titubeando.
Las personitas se sentían especiales. Pensaban que esto no debería ocurrirles.
En algunos momentos sentían miedo al fracaso, y sus esperanzas de encontrar queso nuevo se desvanecían.
Intentaron negar lo que estaba ocurriendo, pero cada vez les costaba más conciliar el sueño, y por la mañana tenía menos energía y estaban más irritables. Empezaban a trabajar más temprano, lo hacían con más ahínco y acababan más tarde, pero lo único que consiguieron fue tener un enorme agujero en la pared porque insistir en hacer lo mismo no sirve.
Kof empezó a comprender la diferencia entre actividad y productividad.
Finalmente, un día empezó a reírse de sí mismo.
Sí, al ver lo estúpido que se estaba volviendo por culpa del miedo, tuvo que reírse de sí mismo.
Y así se dio cuenta de que a veces, las cosas cambian y nunca vuelven a ser como antes.
Empezó a sentirse más vivo al tomar conciencia de que por fin era capaz de reírse de sí mismo, vencer el miedo y seguir adelante porque aquellos pensamientos llenos de miedo lo estaban paralizando y acabarían por matarlo.
¿Qué haría si no tuviese miedo?
Se preguntaba Kof.
Ante las cosas que nos suceden, siempre tenemos dos opciones: la actitud reactiva y la actitud proactiva.
Las situaciones son las mismas para todas las personas. La diferencia está en la manera de abordar lo que nos sucede, y esta manera se llama actitud.
La actitud se elige.
Actitud Reactiva: negarse a avanzar y resistirse a lo que sucede. Solemos desconectar de la realidad y adoptar una conducta en contra de lo que nos está sucediendo. Dicho de otro modo, “escondemos la cabeza como el avestruz”.
Y después en nuestra negación solemos pasar mucho tiempo con la idea “esto no me está pesando a mí”. Necesitamos comprobar una u otra vez si realmente nuestro queso ha desaparecido.
Actitud Proactiva: aprovechar los hechos para avanzar a partir de ellos sin resistirse.
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Si nos mantenemos en una actitud reactiva terminamos en el Victimismo.
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Por otro lado, la Responsabilidad, se alimenta de la actitud proactiva.
Desde la actitud reactiva de la queja, si no paso a la acción, puedo crearme una desmotivación progresiva, ya que me estoy centrando en lo injusto de la situación.
Además, esta actitud reactiva me hace creer que estoy indefenso, que yo no he hecho nada, que no me merezco esto. Toda queja reactiva, sin actuar, implica eludir mi propia responsabilidad.
La actitud proactiva nos compromete a nosotros con nuestra responsabilidad. No nos centramos en lo que nos falta, sino en lo que nosotros podemos hacer para mejorarlo.
Las personas proactivas sienten que eligen de manera consciente. Se anticipan a lo que sucede o utilizan lo que sucede para seguir hacia adelante. Lo contrario nos paraliza ante las situaciones. Nos dejamos llevar por las decisiones de otros y al final terminas en un lugar distinto del que querías estar.
El victimismo desmotiva y la responsabilidad es motivadora.
Cuando sientas que las cosas dependen de ti, que eres el artífice de lo que hace sientes y piensas, la motivación será total. No necesitarás estímulos externos.
La responsabilidad te hace emocionalmente autónomo. La clave para motivarse está en ejercer la responsabilidad. El victimismo puede alejarte de un alto grado de motivación.
No olvides que si pasas demasiado tiempo sin hacer nada pierdes la energía que necesitas para cambiar.
Además, Kof tuvo que admitir que volver a recorrer el laberinto en busca de queso no era tan terrible como había temido. Advirtió que casi todos sus miedos eran irracionales y que lo habían apartado del cambio, cuando lo que él realmente necesitaba era cambiar.
Estaba tomando las riendas de su vida en vez de dejar simplemente que las cosas ocurrieran. Y el cambio no lo habría pillado por sorpresa si se hubiera fijado en que éste se iba produciendo gradualmente y lo hubiese previsto.
Comprendió que lo único que hacían sus miedos era empeorar las cosas. Por eso, cuando se rio de sí mismo hizo lo que hubiera hecho de no tener miedo: avanzó en una nueva dirección. El solo hecho de avanzar te ayuda.
Todavía no lo comprendía, pero estaba descubriendo lo que alimentaba su alma. Se sentía libre y tenía confianza en lo que le aguardaba, aunque no supiera exactamente qué era.
Ya lo sabes, cuando dejas atrás el miedo, te sientes libre.
En cuanto te pones en marcha pierdes el miedo y sientes los beneficios del cambio, aunque no hayas conseguido cambar aún.
La seguridad la da la búsqueda y no la inacción.
Antes pensaba que el queso no debía nunca moverse de su sitio y que los cambios no eran buenos. Ahora veía que era natural que se produjeran cambios constantes, tanto si uno los esperaba como si no
Supo que, al cambiar de creencias, había cambiado de forma de actuar.
Todo dependía de lo que decidiera creer.
Reflexionó sobre los errores cometidos en el pasado y los utilizo para trazar un plan para su futuro.
Supo que uno podía aprender a convivir con el cambio.
Tuvo que admitir que el inhibidor más grande de los cambios está dentro de uno mismo y que las cosas no mejoran para uno mientras uno no cambia.