Si estás de duelo te aconsejo que elijas una hora, la que tú quieras.
Y justo cuando llegue el momento ponte a “llorar” la ausencia del otro.
Donde digo duelo puedes poner muchas situaciones. A ver si alguna de estas es la tuya o parecida:
- Tu pareja te ha dejado y tú no te lo esperabas para nada. Si te dio señales, tú no las viste.
- Habéis terminado hace un tiempo pero tú sigues ahí, acordándote día sí y día también del otro. Y lo peor sufriendo. Con ansiedad y tristeza.
- Estás pensando en terminar tu relación, lo tienes muy claro, pero no encuentras el momento de decírselo, y ves que así nunca te vas a ir de lo vuestro.
- Te quedaron cosas por decirle. Tienes esa espinita clavada en el corazón, pero ahora no quieres ni por lo más remoto intentar hablar con él o ella.
- Eres tú el que tomó la decisión de terminar, pero la culpa te está empezando a pasar factura, aunque estás convencido de que hiciste lo correcto.
Todas estas y muchas otras circunstancias, incluidas las que conllevan muerte, tienen en común que nos hemos quedado “enganchados”, colgados a lo que fue, anhelando lo que sabemos que no podrá ser.
- Y es que la cabeza razona y te dice que lo vuestro se terminó, porque los hechos son los que son.
- Pero el corazón se ha quedado en la esperanza. Él ve una puerta entreabierta y eso le mantiene vivo. Con mucho dolor, pero vivo.
¿Cómo pueden ponerse de acuerdo CABEZA y CORAZÓN?
El secreto ya te lo he dado al principio.
2.- Márcate un tiempo. No más de 10 minutos, y si al principio es menos no pasa nada.
3.- Ahora evoca al otro. Trae su imagen a tu cabeza. Observa cómo te habla, o cómo calla. Siente todo el dolor del mundo concentrado en un instante.
4.- Siente más y más. Escucha los mensajes que te lanza la cabeza. Los “debería”, los “ojalás”, los “por qués”. Dale rienda suelta y no intentes callarla porque ahora es el momento de recordar, de llorar al otro con toda la intensidad de la que seas capaz.Ahora llora con el alma. Llora de verdad. Quéjate. Laméntate. No te cortes. No te asustes. Es tu momento de duelo. Mantente ahí mientras sientas que el cuerpo te lo pide y te veas entregado a este momento.
5.- En cuanto notes que tu sentimiento pierde intensidad, déjate ir. No insistas. Sal de tu duelo.
Vuelve al presente. Si cerraste los ojos ábrelos. Si estás llorando, consuélate. Ahora sí.Vuelve y despídete de tu ritual hasta mañana a la misma hora.
6.- Repite mañana. No lo dejes.
Tranquilo, porque nadie se ha muerto de tristeza ni de nostalgia, y menos por diez minutos. Seguro que sin darte cuenta ahora mismo te estás sometiendo a la tortura de pasarte el día recordándole y sollozando.
- Tu cabeza lo necesita para asegurarse que no huyes y no olvidas.
- Tu corazón lo necesita para saber que entiendes su dolor y no le quitas importancia.
Pues entonces… ¿por qué no hacerles caso y dedicar un tiempo a tu duelo?
Porque no te gusta. Porque no eres masoquista…
En realidad, porque no sabes que esto te va a ayudar a quitar tragedia a tu situación y no quedarte atascado.
Podría contarte las consecuencias de hacerlo. Pero en vez de eso, te pido que lo intentes y seas tú quien me cuente cómo te ha ido.
Por ridículo que te parezca, inténtalo. Tienes poco que perder y mucho que ganar.
Cuando conocí a Rosa estaba destrozada. Literalmente iba llorando por las esquinas. Hacía varios meses que su amante le había dicho que no iba a dejar a su mujer por ella y que no quería hacerle más daño.
Rosa no entendía nada porque cuando le conoció, él la aseguró que estaba a punto de separarse y que era cuestión de semanas. Ella le creyó, pero después de tres años, siempre las mismas excusas, y ahora le vino con que “no puedo hacerlo”.
Trabajamos en terapia la dependencia emocional de Rosa. Su necesidad de creerle más allá de lo que ella misma estaba viendo con sus ojos. Su frustración cada vez que ella decía que se iba y él la convencía de nuevo. Incluso llegó a sentirse avergonzada de su poca fuerza de voluntad para dejarle.
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El día que propuse a Rosa poner una hora para llorar a su ex y lamentarse, las cosas empezaron a cambiar.
Me decía que lo pasaba mal, pero pronto se dió cuenta que no era peor que esos momentos de ansiedad cuando le faltaba el aire y le dolía el pecho al recordarle.
Rosa comprobó que este rato de las 6, no era peor que el momento de irse a la cama, cuando todo se le venía a la cabeza y se ahogaba.
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Así que se mantuvo firme y al cabo de un par de semanas a Rosa le había cambiado la cara.
Su dolor había perdido fuerza, incluso bromeaba con “llorar a las 6”.
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Ella notó muy bien cuándo el ejercicio había perdido el sentido, y entonces dejó de hacerlo.
Pero siempre me recuerda que fue una idea estupenda poner una hora para su duelo.
Ella eligió las 6 porque era cuando estaba sola en casa y más tranquila.