¿Por qué la inteligencia racional no es suficiente para ser feliz?
Esta pregunta es para los que somos más racionales y necesitamos o confiamos en que teniendo una cabeza bien amueblada seremos felices. Pero la realidad es otra…
Ya sabes que todas las emociones son impulsos que nos llevan a actuar, de hecho, la raíz etimológica de la palabra emoción viene del verbo latino “movere” que significa moverse más el prefijo “e”, que significa algo así como movimiento hacia.
Esto sugiere que en toda emoción hay implícita una tendencia a la acción.
La etapa o el período evolutivo durante el que se fueron construyendo estas respuestas fue el más crudo que ha experimentado la especie humana. Eran tiempos en los que pocos niños lograban sobrevivir a la infancia, y muy pocos adultos llegaban a los 30 años. Un tiempo en el que los depredadores podían atacar en cualquier momento.
Las presiones que pesaban sobre la especie humana han ido disminuyendo en los últimos 10.000 años. Sin embargo, convirtieron nuestras respuestas emocionales en un eficaz instrumento de supervivencia, pero según han ido desapareciendo, han dejado obsoleto nuestro repertorio emocional. Vamos que tenemos respuestas emocionales que no concuerdan con los peligros de hoy en día.
Antes un ataque de rabia podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte, pero hoy en día esta rabia puede ser una reacción desastrosa en un niño de 13 años que puede acceder armas de fuego.
¿Cómo funciona nuestro cerebro?
• Una es la mente racional, más pensativa, más capaz de reflexionar y más despierta.
• Y la otra la mente emocional, más impulsiva y más poderosa.
La dicotomía entre lo emocional y lo racional se parece a la distinción habitual entre corazón y cabeza.
Cuanto más intenso es el sentimiento, más dominante llega ser la mente emocional, y más ineficaz la mente racional.
Esto nos viene del pasado cuando teníamos que enfrentarnos a situaciones en las que detenernos a pensar en la reacción más adecuada podría tener consecuencias desastrosas para nuestra vida.
La mayor parte del tiempo estas dos mentes operan en estrecha colaboración.
El problema es que cuando aparecen las pasiones, el equilibrio se rompe y la mente emocional desbordada secuestra a la mente racional.
¿Y por qué sucede esto?
Para comprenderlo necesitamos saber cómo ha evolucionado nuestro cerebro.
El cerebro humano es un kilo y pico de células y jugos neuronales, su tamaño es de tres veces superior al de nuestros primos, los primates no humanos.
A lo largo de millones de años de evolución el cerebro ha ido creciendo desde abajo hacia arriba de tal manera que los centros superiores son derivaciones de los centros inferiores más antiguos.
Todo comienza en el tallo encefálico que es la parte superior de la médula espinal. Esta región es la más primitiva del cerebro y es la que compartimos todas las especies que tenemos sistema nervioso.
A partir de este cerebro surgieron los centros emocionales que a su vez millones de años más tarde dieron lugar al cerebro pensante o neocórtex.
Nuestra vida emocional tiene su origen en el sentido del olfato, en el lóbulo olfatorio porque en aquellos tiempos el olfato fue un órgano sensorial clave para la supervivencia. A partir de ahí se fueron desarrollando otros centros que luego fueron evolucionando hasta terminar recubriendo por completo la parte superior del tallo encefálico.
A esta parte del cerebro que envuelve y rodea el tallo encefálico se le llamó sistema límbico.
El sistema límbico es el que reacciona cuando estamos atrapados por el deseo o la rabia, cuando el amor nos enloquece o cuando el miedo nos paraliza.
Hace unos 100 millones de años el cerebro de los mamíferos experimentó una transformación radical, apareció el neocórtex.
El neocórtex del homo sapiens es mucho mayor que el de cualquier otra especie, y es lo que nos hace humanos. Nos permite estrategias mentales y planificar a largo plazo. Este nuevo estrato cerebral permitió comenzar a matizar la vida emocional.
Cojamos por ejemplo el amor:
Las estructuras límbicas generan sentimientos de placer y de deseo sexual, pero al aparecer el neocórtex y estar conectado con el sistema límbico sucede por ejemplo el vínculo entre la madre y el hijo, algo fundamental para la unidad familiar, y el compromiso a largo plazo para criar a los hijos.
En las especies que no tienen neocórtex como los reptiles, por ejemplo, no existe el afecto materno y los recién nacidos deben ocultarse para evitar ser devorados por la madre.
En el ser humano en cambio los vínculos protectores entre padres e hijos permiten disponer de un proceso de maduración que perdure durante toda la infancia, en la cual el cerebro sigue desarrollándose.
El neocórtex permite una complejidad mayor en la vida emocional, como por ejemplo tener sentimientos sobre nuestros sentimientos.
Pero lo cierto es que estos centros superiores no gobiernan toda la vida emocional porque en los asuntos decisivos del corazón, y principalmente en las situaciones emocionalmente críticas, podríamos decir que delegan su cometido al sistema límbico.
Total que podemos decir que los centros de la emoción tienen un poder extraordinario para influir en el funcionamiento global del cerebro.
Las investigaciones explican cómo la amígdala asume el control cuando el cerebro pensante, el neocórtex, todavía no ha llegado a tomar ninguna decisión.
El funcionamiento de la amígdala y su relación con el neocórtex constituyen el núcleo de la inteligencia emocional.
En la arquitectura cerebral la amígdala es un servicio de vigilancia que está alerta para avisar a los bomberos, la policía y los vecinos ante cualquier señal de alarma. Por ejemplo, si suena la alarma del miedo la amígdala envía mensajes urgentes provocando la secreción de hormonas corporales para luchar oír, activando los centros del movimiento.
También se encarga de activar la secreción de noradrenalina, que estimula los sentidos y pone el cerebro en estado de alerta. El rostro se inmoviliza, aumenta la frecuencia cardiaca y la tensión sanguínea y la respiración se ralentiza.
De esta manera, la amígdala durante una crisis emocional dirige una gran parte del cerebro, incluida la mente racional.
El sistema emocional puede actuar independientemente del neocórtex. Existen reacciones y recuerdos emocionales en los que no participa la parte cognitiva.
Así la amígdala es una especie de almacén de las impresiones y los recuerdos emocionales de los que nunca hemos sido totalmente conscientes.
Dicho de otro modo, nuestras emociones tienen una mente propia, cuyas conclusiones pueden ser completamente distintas a las de nuestra mente racional.
De este modo la amígdala puede desencadenar una respuesta antes que los centros corticales hayan comprendido completamente lo que está ocurriendo.
Dentro del sistema límbico el hipocampo es el que registra los hechos puros y la amígdala la que se encarga de registrar el clima emocional que acompaña a estos hechos.
El hipocampo permite reconocer un rostro humano como el de tu prima, pero es la amígdala la que le agrega la parte emocional por ejemplo que no la tienes en mucha estima.
Cuanto más intensa es la activación de la amígdala, más profunda es la impronta y más duradera es la huella que dejan en nosotros algunas experiencias.
Esto quiere decir que el cerebro tiene dos sistemas de registro: uno para los hechos ordinarios y otro para los recuerdos con mucha carga emocional.
Desde el punto de vista evolutivo esto tiene mucho interés porque garantiza que los animales tengan recuerdos particularmente intensos de lo que les amenaza y lo que les agrada.
Pero además los recuerdos emocionales pueden llegar a convertirse en falsas guías de acción para el presente.
¿Dónde está el problema?
La amígdala coge una experiencia presente y la compara con lo que sucedió en el pasado. Hace que reaccionemos en el presente con respuestas que fueron grabadas hace ya mucho tiempo.
La interacción entre el niño y sus cuidadores durante los primeros años de vida constituye un auténtico aprendizaje emocional que quedas grabado en la amígdala con una impronta tosca y no verbal propia de la vida emocional.
Estas primeras lecciones emocionales impartieron en un tiempo en el que el niño todavía carecía de palabras y en consecuencia cuando se reactiva el recuerdo emocional en la vida adulta, no existen pensamientos sobre la respuesta que debemos tomar.
• La amígdala puede reaccionar con un arrebato de rabia o de miedo antes de que el córtex sepa lo que está ocurriendo, porque la emoción se pone en marcha antes que el pensamiento y de un modo completamente independiente de él.
Por suerte mientras la amígdala prepara una reacción ansiosa e impulsiva, es el córtex prefrontal el que se pone en funcionamiento y controla el sentimiento para afrontar de modo más eficaz una situación.
El córtex prefrontal es una especie de modulador de las respuestas de la amígdala y del resto del sistema límbico, emitiendo una respuesta más analítica y más proporcionada.
Cuando una emoción se dispara, los lóbulos prefrontales ponderan los riesgos y los beneficios de las múltiples acciones y apuestan por la que consideran más adecuada.
En definitiva las conexiones que existen entre la amígdala y el neocórtex son las causantes de que la cabeza y el corazón se pongan o no de acuerdo.
El atajo que existe entre los sentidos y la amígdala es el motivo por el que cuando estamos emocionalmente perturbados, solemos decir que “no puedo pensar bien“ y también explica por qué la tensión emocional prolongada puede obstaculizar las facultades intelectuales del niño y dificultar así su capacidad de aprendizaje.
En resumen:
Los sentimientos son indispensables para la toma racional de decisiones, porque nos orientan en la dirección adecuada para sacar el mejor provecho a las posibilidades que tenemos por delante desde un punto de vista meramente lógico.
El aprendizaje emocional nos ayuda a eliminar algunas de las posibilidades que tenemos Y a destacar otras.
Las emociones guían nuestras decisiones instante tras instante, trabajando mano a mano con la mente racional y capacitando o incapacitando al propio pensamiento.
Y del mismo modo, el cerebro pensante desempeña un papel fundamental en nuestras emociones, exceptuando aquellos momentos en los que las emociones se desbordan y el cerebro emocional asume por completo el control de la situación.
En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos clases diferentes inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional.
El intelecto no puede funcionar adecuadamente sin que intervenga la inteligencia emocional, y exista una complementación entre el sistema límbico y el neocórtex, entre la amígdala y los lóbulos prefrontales.
El viejo paradigma proponía un ideal de razón liberada de los impulsos de la emoción.
El nuevo paradigma propone armonizar la cabeza y el corazón.
Y para esto deberemos comprender con más claridad lo que significa utilizar inteligentemente las emociones.
Hola me gustaría entender si pudo interferir en el funcionamiento de esos dos cerebros un abuso de sustancias q deriva de en un accidente de tránsito con un traumatismo de cráneo con perdida de masa encefálica y coma inducido con un resultado de cirugía exitosa con dos placas de titanio de sostén aparente recuperación pero luego un diagnóstico de ezquizofrenia y comportamiento con trastorno disociativo?
Hola Sol, lo que cuento en mi artículo se refiere al funcionamiento básico del cerebro. Todos nuestros cerebros funcionan así de forma natural. Sin embargo, con el consumo de sustancias, y una intervención como me dices con pérdida de masa encefálica, tanto tu neocórtex como el resto de tu cerebro nos sabemos en qué medida quedó afectado. Al menos yo no te podría decir, quizás los médicos sí puedan indicarte hasta qué punto tus capacidades cognitivas y emocionales se han visto afectadas. Y lo mismo te digo en relación a la esquizofrenia y el trastorno disociativo. En mi opinión lo importante es que te centres en recuperarte y seguir el tratamiento adecuado a los trastornos actuales, y con esto pelees por disfrutar de tu vida, como debemos hacer todos. Un abrazo!