¿No me digas que aún tienes la ilusión de que los demás cambien y sean como a ti te gustaría?
Ya sé que el mundo sería más fácil, también sé que tú no te metes con nadie y que si los demás se parecieran a ti todo sería estupendo.
Pero seguir pensando así de verdad que no te va ayudar.
Esto lo aprendí hace muchos años gracias a una de mis suegras. Como he tenido más de una no estoy desvelando nada que la comprometa, así que continúo…
Mi suegra me decía: “Yo digo lo que pienso, aunque a los demás les siente mal”.
La mujer se creía la panacea de la sinceridad, aunque la realidad es que le importaba un pimiento herir los sentimientos de nadie.
Ella se creía con este derecho y dejaba callada a la gente diciendo con su voz prepotente lo que quería, en un tono altivo y desafiante.
En su defensa tengo que decir que años más tarde descubrí que esta manera de decir las cosas en realidad era una pantalla protectora que utilizaba para sobrellevar sus miserias y la vida que había elegido a sabiendas de aguantar cosas que no se pueden contar.
Si existe una persona que te saca de quicio… Seguro que encuentras la manera de que vuestras conversaciones sean menos hirientes o menos pesadas. Seguro que hay algún modo de que pase más de ti o de que te respete más. Seguro que puedes ponerle ciertos límites que quizás le hagan reflexionar y sino es así al menos le hagan cesar en sus ataques.
Y no olvides que siempre te quedará Casablanca, es decir, siempre podrás, cortar la relación por tajante que esto te resulte. Al menos si lo haces desbloquearás la situación y luego ya irás viendo. 😉
Pero date cuenta que nada cambiará si tú no cambias algo porque ten por seguro que la persona que te saca de quicio no va a hacerlo, ella no lo necesita, es muy probable que lo que hace sea justo lo que quiere hacer, aunque esté equivocada. ¿Quién no lo está alguna vez?