Antes de contárselo al mundo… cuéntatelo a ti.
¿A qué me refiero?
Empecemos por hablar de esa necesidad que todos tenemos de contarle a alguien lo que nos ha sucedido, sobre todo cuando se trata de algo desagradable o que no nos ha gustado.
Rosario ha tenido una movida tremenda en el trabajo.
Estando en el baño ha escuchado sin querer cómo dos compañeras de burlaban de Tania, su mejor amiga que también es compañera de trabajo. Las 4 son maestras y esto fue lo que sucedió aquella dichosa mañana antes de comenzar las clases…
Como te decía, mientras Rosario estaba a sus cosas en el baño, escuchó sin querer una conversación entre dos compañeras que la dejó petrificada.
Hablaban sin pelos en la lengua de lo pesada e insoportable que era Tania, su amiga.
“Yo ya no sé cómo decírselo”, “es que no la aguanto y está todo el día detrás de mí”, “entiendo que no tenga amigas, ¿pero no sé da cuenta que sus problemas no me importan?”.“Sí, es que hay personas que no se enteran, hija, no saben dónde está el límite”.
Todo el tiempo contándote su vida y no ve la cara que pongo de “no me importan un pimiento tus historias”.
Desde hace unos meses, Tania tenía muchos problemas con su pareja. Tan obsesionada estaba, que no paraba de contar lo que le sucedía cada día a sus compañeras, y en teoría amigas, esperando que le dieran la razón.
Ahora Rosario tenía un dilema.
¿Le contaba a Tania lo que había escuchado acerca de ella?, ¿hablaba con las que estaban criticándola?
¡No sabía qué hacer!!
Al final de la jornada, de tanto haberle dado vueltas a la cabeza mientras coincidía con unas y otras sin decirles nada, Rosario se fue a casa con dolor de cabeza y ganas de llorar, pero no lo hizo.
Así que en cuanto vió a su marido, se desahogó y empezó a hablar sin parar.
Al final él le aconsejó, lo más fácil: NO HACER NADA.
Nadie sabía lo que había escuchado, así que, si no hacía nada, nada cambiaría y no tendría que verse en situaciones incómodas.
Rosario sintió alivio y escuchó él consejo de su pareja. Por eso en los días siguientes ignoró lo que sabía, y continuó viendo cómo las dos compañeras disimulaban delante de Tania y le daban la razón en todo.
¿Quién crees que habla así?
Es Rosario la que ha entrado en el bucle de “todo es una mierda”.
Cada día se siente más desmotivada y más frustrada. Se nota triste y sin ganas de ir a trabajar. Ahora sus energías apenas la llegan para cumplir con su trabajo. Está totalmente desencantada de todo, cuando hace un mes era feliz.
¿Qué crees que le sucedió a Rosario?, ¿de dónde le vino esta apatía?
Lo más sencillo es pensar como ella lo hizo. Cargarse de razón con pensamientos derrotistas de este estilo, recrearnos en las miserias cotidianas, cada vez más convencidos de que lo mejor es no hacer nada, hasta que terminamos creyéndonoslo.
Y luego desahogarnos con alguien buscando consuelo y complicidad como ella hizo con su pareja al llegar a casa.
No todo el mundo es malo, no todos los días son iguales, no es cierto que no puedas hacer nada en estas situaciones.
¿Sabes por qué?
Porque lo más cómodo no es lo mejor, solo es lo más cómodo.
Lo sientes y no hace falta que yo te lo diga.
Claro que callarte puede ahorrarte problemas, pero, ¿a qué precio?
El primer error que cometió Rosario, fue no acudir a ella misma antes de hablar con nadie.
Podría haberse detenido, escuchar a su cabeza y al mismo tiempo sentir una a una todas las emociones por las que había ido pasando en ese día horrible.
Desde su sorpresa al oír a sus compañeras, su decepción, su frustración, su rabia, su miedo, su indignación, sus dudas, ¡todo!!!.
Todo este torbellino emocional sin digerir necesitaba su espacio. Y no necesitaba ser compartido con nadie antes que con ella misma.
Antes de contárselo al mundo… cuéntatelo a ti.
¿Para qué?
Para desdramatizar, para relativizar, para escucharte, para acabar de aceptar lo que te ha sucedido, para sentir que a pesar de todo cuentas con alguien. Contigo, con tu amor dentro de ti para decirte…
“No pasa nada, hagas lo que hagas va a estar bien porque será tu decisión, sólo tienes que sentirla”.
Rosario apenas recuerda que por unos instantes pensó en hablar con Tania, pero descartó esta idea por miedo a su reacción.
También pensó hablar con las otras dos compañeras, pero también aparcó esta idea por miedo a convertirse en su nuevo blanco.
Tanto ahorrarse, tanto ahorrarse, para terminar desencantada de su trabajo y de las personas en general.
No sé yo si a esto le podemos llamar ahorrase algo, o simplemente meter la cabeza bajo el ala, inconsciente del precio que estaba pagando por su falta de acción.
Si Rosario hubiese sentido sus emociones, ya no habría necesitado ir tan corriendo a contarle a su pareja lo sucedido, pero, sobre todo, no hubiera abandonado de un plumazo lo primero que se le ocurrió: hablar con sus compañeras.
Esto hubiera sido lo coherente, lo consecuente, lo sentido, lo que hubiera dado salida a su malestar.
Si Rosario hubiese hecho algo atendiendo a su frustración y su rabia, su cabeza hubiera parado de lanzarle mensajes destructivos y no hubiera llegado a conclusiones categóricas del estilo: “que mierda de mundo y que asco de gente”.
Este es un buen consejo para Rosario, pero si te fijas también lo es para Tania y sus problemas de pareja, y ya ni te cuento para las otras dos compañeras, que incapaces de parar la verborrea de Tania, cuando en realidad no quieren escucharla o sencillamente no les interesa su situación, cada vez necesitan criticarla más y repetir entre ellas conversaciones infructuosas y desgastantes.
- Reflexión interior y acciones coherentes son el remedio contra la chicharra mental a la que nos sometemos cuando queremos ahorrarnos el malestar de afrontar las situaciones incómodas.
- La falta de acción nos lleva a construir PREOCUPACIONES que nuestra pobre cabeza no puede resolver más que mentalmente, dándoles vueltas y vueltas como una centrifugadora.
Lo que no vives,
las experiencias que quieres ahorrarte se transforman en preocupaciones, obsesiones e interpretaciones destructivas que no encuentran salida
y que antes o después dan con el modo de manifestarse.
La forma que elijan ya no estará en tus manos. Puede ser la apatía, la tristeza indefinida, la baja autoestima, el sentimiento de vacío… incluso el dolor físico y la ansiedad. Formas hay muchas, más que colores.
Pero está en tu mano no ahorrarte experiencias y resolver de verdad empezando por contártelo a ti antes que contárselo al mundo.