El caso de Gonzalo resulta desesperante.
Hace ya 10 años que ha dejado a su mujer, y aún se siente igual de engañado que el primer día.
Recuerda con total nitidez cada detalle. Cuando dijo a su mujer que se separaba. Sobre todo porque entonces ella le confesó que hacía tiempo que ya no le quería y estaba convencida de nunca podría olvidarla.
Fue el último acto de valentía de Gonzalo, y la primera vez que alguien llevaba la contraria a Laura, su mujer.
A partir de aquí comenzó una historia de dolor y dependencia mutua que quizás nunca tenga fin.
En cada encuentro Gonzalo me repite que ya está cansado de que su mujer le siga haciendo daño. “Me ha destrozado la vida”, dice sin parar.
Se siente utilizado porque cuando conoció a Laura era recién licenciada y buscaba un despacho de abogados que la contratase. Con Gonzalo le cambió la vida. Le buscó el mejor bufete de Madrid, y a partir de ahí su ambición y su talento pronto la llevaron dónde quería.
Como dice Gonzalo, se sentía poderosa y en poco tiempo empezaron a llevar vidas paralelas.
Cuando descubrió que presumía con sus amantes de ser rica y de que todo lo había conseguido ella sola, Gonzalo se sintió doblemente traicionado.
La propuesta de divorcio ya disparó su indignación y fue el principio de su paranoia.
No estaba dispuesto a ver cómo la mitad de su fortuna, herencia de sus padres, terminaba en manos de esta mujer sin escrúpulos. Así se refería a ella para no decir su nombre.
El tema legal no terminaba de resolverse nunca porque Laura no dejaba de recurrir una y otra vez las sentencias. Parecía que realmente estaba más interesada en fastidiar a Gonzalo, que en recibir su parte y terminar esta historia.
Nunca conocí a Laura y no puedo saber qué la movía, pero si tengo claro que esta situación mantenía a Gonzalo en una vida totalmente victimista en torno a su desgracia.
“Esto no se va a solucionar nunca”, “no aguanto un juicio más”, “no puedo esperar a una nueva citación”, “otra vez ha vuelto a mentir”, estas eran las palabras que escuché por primera vez a Gonzalo hace tres años, y son las mismas que escucho ahora.
Sigue donde está, no se ha movido un milímetro.
Cada vez más convencido de que su desgraciada vida 10 años después de su separación, continúa siendo culpa de su ex-mujer.
Pero Gonzalo rebate con vehemencia estos consejos, sin darse cuenta que en el fondo de su ser ha llegado a la más dolorosa de las conclusiones:
Nada le vale ni le valdrá porque lo cierto es que no quiere terminar con esta historia.
Piénsalo bien… Si saca a Laura de su vida, ¿qué le queda?
¿Si termina con su problema dónde puede ir Gonzalo?
Lleva tanto tiempo preso en su celda imaginaria construida a base de repasar una y otra vez las traiciones de su mujer, que ya es incapaz de comprender que tener razón no sirve de nada.
Ya qué más da lo que hizo ella, qué más da lo que pensara de él, qué más da nada. Lo importante es su vida. Y su vida es una realidad oscura en la que se encierra, a la vez que se queja de estar encerrado.
Esta es la contradicción que Gonzalo no ve o no quiere ver. Porque si la viera ¿dónde iría?
Si pasa página… ¿qué le queda?, ¿qué rumbo coge?, ¿a qué le da vueltas en su cabeza?, ¿en qué invierte su tiempo?, ¿a qué se dedica?, ¿qué hace las 24 horas del día?, ¿con qué se entretiene?
Si Gonzalo termina con su problema pierde todo su relato, renuncia a su historia, y una persona sin historia es alguien con vértigo delante de un precipicio. ¿Hay algo peor?
Sí, es peor no darte cuenta que todo lo que tienes que hacer es darte la vuelta y buscar otro camino.
¿Quieres saber por qué no terminas de pasar página?
Porque no tienes a dónde ir.
O eso crees tú.
- Si te fijas, tu problema, igual que el de Gonzalo se termina justo en el momento que tú decidas.
- Pero antes tienes que encontrar un sentido para tu vida.
Gonzalo necesita una vida con un contenido nuevo, donde ya no será el engañado, ni el ex de Laura, sólo será Gonzalo. Quizás un Gonzalo con heridas de guerra, pero ya hechas cicatrices.
Ser sólo Gonzalo, ser sólo tú, ser sólo yo, esto es lo que tanto tememos.
Ser un nuevo tú, sin ser lo que eras. Sin la vida que tuve, ni el éxito que tuve, ni la pareja maravillosa que tuve, ni el dinero que tuve, ni el prestigio que tuve, supone RENUNCIAR.
Pero si te fijas, nada de eso ya lo tienes, entonces ¿qué haces ahí agarrado?
Es un traje que ya no te vale por mucho que te guste. Tú decides deshacerte de él o seguir empeñado en ponértelo.
El sitio a dónde ir no está lejos.
Lo tienes delante. Es tu vida, tu día a día. Sólo que vista con otros ojos, los del que soltó el pasado y perdió el miedo a vivir sin él, porque ya pasó página.